Sucede cuando menos te lo esperas… (Anuncio Campofrío, Navidad 2014)

Nunca creo que cuando menos me lo espere me vaya a aplastar una desgracia ni tampoco a tocar la Lotería. Debe ser porque un 22 de diciembre nació mi adolescente, y con eso me doy por premiada/aplastada (no fue la mejor noche de mi vida, me sentí un despojo vacuno, con sangre, cortes y magulladuras). No confío en el azar, en la baraka, en los golpes de fortuna ni en los posos del café.  Sí en las intuiciones poderosas, pero no en las que barruntan la tragedia.

Ayer casi no llego al trabajo porque un desesperado se estampó contra la sede del PP con una bomba de Mortadelo y Filemón. Enseguida las noticias lo tacharon de “trastornado”. Había tenido una depresión años atrás, eso parecía explicarlo todo.

Yo no conozco a ningún depresivo que le dé por alunizar contra una pared sin joyas (salvo que consideremos una joya a Cospedal). Ni con ellas. La depresión, que yo sepa, te bloquea, te quita las ganas de salir de la cama. De urdir cualquier tipo de plan que no sea desaparecerse.

(8.30 a.m. Íbamos tres compañeras en el coche, la Castellana colapsada, y por fin un policía ante la cinta que nos cortaba el paso. “Poned cara de rubias”, animé. Y P., al volante, se vino arriba y levantándose la falta dejó entrever sus medias negras con ligas. Espectaculares muslos.  El poli, impertérrito: “sigan por el carrril central”. “¡¡¡Pero si trabajamos justo ahí!!!” (yo misma, sobreactuada y sin escote que mostrar). “Eso ya me lo han dicho otros cien. Sigan de frente”. Sí, la pasma no es sensible al sexappeal de tres pibones en apuros. Margaritas a los cerdos).

Pero sigo.

Un hombre de Teruel. 37 años. Dice que le hubiera dado igual empotrarse contra la sede del PSOE o de cualquier otro grupo político. Quería un incendio. Un Bombería sólo para él. Un puñetazo en la mesa y luego dios dirá.

(Igual que no creo en la Lotería, ni en el alunizaje, tampoco soy depresiva. Y estos rasgos deberían ser pertinentes a la hora de hacer las presentaciones en sociedad.

“Me llamo V. A veces me pesa la pena por un rato, pero no me deprimo. No compro más Lotería que la imprescindible para que no me pase lo  del pobre hombre del anuncio pero sin dueño del bar generoso y compasivo. Nunca he tenido tentaciones de empotrarme contra un muro que no sea el de mi fortaleza. Tengo suerte, mucha suerte, porque mi trabajo no se ha quemado, como Campofrío. Y encima me lo paso bomba allí, con compañeros mucho más ocurrentes que Chus Lampreave, que Santiago Segura, que Fofito y hasta que Gila.

“Y nos tuvo que pasar. Parecía que ibamos a salir del año ilesos…” dice el anuncio. Pues no he salido ilesa del año, pero el parte de cicatrices no da para un anuncio. Qué fortuna.

Mis compañeras ayer me invitaron a salir del coche y siguieron a la deriva. Hoy, temprano, me contaban el desenlace por wasap: “Ayer finalmente se nos subió al coche Brad Pitt. Vamos, lo típico, por eso no te dijimos nada”.

Sucede cuando menos te lo esperas.