Roi.1957

Ayer en la Marlborough me enamoré de un collage de Antoni Clavé. Una pieza de tamaño mediano arrobada de rojos donde un rey sostiene algo parecido a una flor. “Roi. 1957”. “El artista catalán se cotiza a precios de hace diez años”, nos sopló un conocido que pasaba por allí. O sea, que un Clavé era una oportunidad y una derrota. 

Mi Clavé, al parecer, tiene varios novios. La encantadora N., amiga de la galería, me explicó que existe una lista de reserva de piezas y que uno puede dudar un tiempo mientras se acumulan otros cazadores a la cola. El deseo, imagino, se incrementa cuando sabes que tu objeto es perseguido por otros. Y entonces la adrenalina se dispara. Y a veces te llevas a la chica, al chico, más porque otros la requieren que por tu propio impulso. Ese desatino.

“Clavé ha accedido a la modernidad …por el desconcierto. Pues pretender ver claro en estos tiempos es mentir. Clavé avanza a través de su obra en curso como el rey Lear, titubeante a través del yermo, a tientas“, escribía Pierre Scheneider en 1978. El artista catalán, aprendí ayer, se había ido demasiado pronto de París y había viajado demasiado pronto a EEUU. Vivió en plena edad de oro de la modernidad artística pero no cuajó del todo entre los dioses del olimpo. “Había un desajuste, una grieta fina pero profunda, un principio de impaciencia que se iba a convertir a la larga en un alejamiento asumido“.

Ayer me enamoré de Clavé y de su principio de impaciencia. Tengo debilidad por lo que llegan demasiado pronto o tarde a los banquetes. Pero sobre todo admiro a quienes deciden ir por libre y no participar de las euforias colectivas. Ese gregarismo como orgía donde uno se abraza a otros cuerpos, atolondradamente, para sentir el propio. Clavé, me parece, fue un independiente de cojons. “Yo no soy un teórico, soy un pintor, un trabajador manual”, dicen que decía.

La impaciencia nos lleva a no medir la oportunidad, ese otro principio que explica que a un mediocre le vaya bien y un talentoso se quede para siempre en la cuneta. La historia está llena de ejemplos. De habilidosos en el arte de pillar la ola, pero no de invocar al viento. Los grupos dan calor, nos impulsan cuando andamos justos de fuerzas. Dan voz al tímido, al callado, al mudo. El solitario se lame solo hasta que se le acaba la saliva. Y no asiste a los cócteles ni hace la pelota a quien debiera. Se concentra delante de su lienzo donde escupe pintura y desalientos. Y a veces, un buen día, cuando el hombre está muerto, alguien se apodera del hallazgo y lo convierte en un genio. Qué tristeza.

¿Quién decide el talento? ¿talentosos o buitres?  ¿Quién decide la moda? ¿Quién la oportunidad? ¿Quién la maldita, con perdón, cotización? Yo hubiera pagado por mi Roi, 1957 lo que no tengo. Espero que le salgan muchas novias, y que se haga con él alguien que se haya enamorado a simple vista. No un inversor glaciar esperando el momento de vender con ganancias. Parece que no hará ningún negocio, Clavé no está de moda. Pues espero que la Marlborough lo logre. ARCO está a la vuelta de la esquina y allí volverá a invocarse su espíritu y su talento incuestionable.

En 1965 Clavé se retiró a la Costa Azul para dedicarse a pintar y a sus grabados. Solo, a su aire. Esa condena que abrazan los valientes.