Mi querida Big.Bang:

Mr, Rubidio ha vuelto por la puerta grande. No me dice que es él,pero lo sé. Sus adverbios acabados en “mente” lo delatan. Digo yo que para ser anónimo hay que currarse los anónimos. Salir del registro personal. No como mi hermano I,. que de pequeño falsificó la firma de las notas con un garabato donde ponía “mamá”. Las huellas del pecado son siempre evidentes, descarnadas, pornográficas. Un hombre despechado no se para en pequeños detalles. Quiere venganza. Y no escatima en fórmulas para conseguir su objetivo.

Veamos la frase de arranque de su nota, ligeramente arrugada por la esquina, como si hubiera estado manoseándola antes de lanzarse a poner sobre y sello (sí, ha llegado por correo del de antes, lo que no negarás aporta a la situación una vitola de romanticismo. Mola tener enemigos que miran al pasado y respetan las viejas maneras. Cualquier día vendrá a por mí en un carromato con caballos y montará el lío en este barrio donde nunca pasa nada. Y saldremos en los papeles).

“Te me mueres de chunga y de redicha” es su arranque. Mal empezamos parafraseando a un difunto que escribía poemas ambiguos a su amada. Rubidio otra cosa no, pero leido es un rato, el hombre. Recuerdo una biblioteca de libros perfectamente ordenados por colores, con todas las colecciones de sus abuelos forradas en telas a conjunto y con una banda manuscrita que incluye las intenciones de cada ejemplar: para bodas, bautizos y comuniones. Para desatinos y desmelenes. Para venganzas de mujer frívola…para perpetrar crímenes sin sangre.

Un hombre es lo que su estantería muestra y lo que su mesilla de noche oculta. Pero la mesila no he tenido el placer de fisgarla, porque sólo una vez entré en su casa y no pasé por su dormitorio (vale, sí, eché un vistazo cuando él fue al baño, pero apenas me dio tiempo a comprobar que tenía edredón y cortinas estampadas a conjunto, en unos tomos magenta impropios de un pseudointelectual. Y casi me pilla levantando el borde para ver si las sábanas eran de satén rosa…)

Tras el encabezamiento, Rubi me invita a reflexionar sobre el “disparadero” en el que me encuentro “tontamente”, a seleccionar mejor mis amistades y mis libros, a pasear (a su lado) “dulcemente” y a descubrir juntos las veleidades de un porvenir de vino y rosas que se alza ante nuestros ojos “asombrosamente puro y cristalino”.

Rubidio, puedo asimilar que te repitas con los “mentes”, pero no que seas cursi y vulgar como tú solo. Puestos a preferir, te prefiero revirado, crecido en tu ira y afilado en tus términos. Sigue detestándome, pero con buen estilo literario, y cambia de una vez esas cortinas que no son propias de un psicokiller. La policía, piénsalo, va a partirse de risa cuando vea los floripondios y de ahí a bautizarte como “el asesino del vergel” hay un paso. Tú mismo.