“En todo caso, si la soledad es irresistible, no se puede negar que es barata. No hay ningún avaro que no sea un solitario. No hay ningún avaro que no lo sea también de sentimientos y palabras”.

En una primera aproximación a Josep Pla -tímida, aletargada por la hora y sus recogimientos-  me divierte hacerle cosquillas desde el lomo de su “Cuaderno gris” y abrir, como si tal cosa, la página que el azar me ha destinado. Una, dos, tres veces, en un pizzicato distraído y gozoso que no me deja margen para la decepción.

No. Aún no subrayo pero me incendio de curiosidad. El hallazgo está ahí, ante la urgencia de mis ojos, y fantaseo con fingirme enferma y dedicar la jornada a devorar palabras con hambre y urgencia de soldado. 

“Cuando canta parece que se prende fuego”, dice de un tipo. Y luego pontifica que lo difícil en la literatura es describir. Así que los que se ven incapaces, opinan.

Opinar es, por tanto, un síntoma de falta de recursos. De ahí que se estile tanto en la política y que se hayan inventado las tertulias para dar cauce a tantos impotentes empalmados de sí mismos. Seres de flácida complexión intelectual que se agarran a una aseveración vaga y difusa como a un clavo ardiendo. (Yo misma opino demasiado y después de ti pienso entrenarme en la descripción como alternativa razonable, diría que salvífica).

“Algunos opinan por encima de sus posibilidades”. Escuché una vez a una serpiente.

El asunto de la avaricia. Ese no darse no sea que nos desgastemos. Hay en el solitario un miedo a ser engullido. A claudicar de ego y cederse si el resultado es más miseria. El solo tacaño, lo que es el solo, querría dispersarse en quien le dé alas, no tropezarse con ellas en el vuelo de albatros estéril, limitado,  de un martes de salón o comedor delante de un plato frío de lentejas.

Lo que es el matrimonio. (No siempre, algunas veces. ¿A menudo?. Y el choque ya no hiere, de puras cicatrices. Y las alas del otro, impertinentes, se espantan como moscas, distraídos y sin soltar el mando de la tele)

Y ahora el señor Pla habla de esto, justamente:

“Los matrimonios unidos (muy raros) son un compuesto formado de un temperamento alargado por el amor propio y un temperamento acortado por el sentido del ridículo. Hay uno que empuja, teatral y enfático -que tanto puede ser el hombre como la mujer- y otro que cede con misteriosa sonrisa de conejo”.

Hay en el solo vocacional, en la sola ensoñada, un temperamento acumulativo. Muchos papeles que no le toca nadie y muebles sin esquinas que no desgarran sus medias de cristal. El silencio como bálsamo y la nevera como una máquina de vending generosa y poblada al gusto singular, presente indicativo. Quesos, espárragos, yogures de soja, chocolate con kikos. Por ejemplo. O eco sin urgencia de reposición. Ya saldré, si es que salgo. ¿Para qué salgo? ¿Para quién salgo? ¿Y si no salgo?

Y en la avaricia de la posesión, el solo real o imaginado colecciona tesoros de naufragio. O recoge alborozado la botella que le lanzan al otro lado de su mar. Y sale de la guarida y agradece.

-¿Puede usted decir cuál ha sido el encuentro capital en su vida? ¿Hasta qué punto dicho encuentro le dio, le da, la impresión de lo fortuito, de lo necesario? (André Breton y Paul Eluard preguntan a Giacometti. Revista Minotauro, 1933).
-Un hilo blanco en un charco de alquitrán líquido y frío me obsesiona, pero simultáneamente veo pasar, una noche de octubre de 1930, el andar y el perfil -una pequeña parte del perfil, la línea cóncava entre la frente y la nariz- de la mujer que a partir de ese momento se desenrolló, como un trazo continuo, a través de cada espacio de las habitaciones que yo era. Ese encuentro me dio y me sigue dando, pese a la sorpresa y el asombro, la impresión de lo necesario”.

El asombro impresionado de lo necesario. Eso que al solo le vuelve del revés. Le desconcierta al hacerle reversible.  ¿Qué diría Josep de este particular? Abro de nuevo el libro, entregada a su azar. Como quien lee un horóscopo queriendo interpretarlo en su terreno.

“El matrimonio debe ser un rodeo para ir a otras dos formas de amor: el amor de padres a hijos y el amor de hermano a hermana, que es el modo en que acaban los matrimonios cuando el fuego se ha acabado. El ideal sentimental del hombre debe de ser el de la hermana imaginaria…”.

¡Qué grande Josep Pla!. Qué delicioso elogio del incesto sobrevenido. Qué caldo de cultivo el matrimonio. Qué legión de solos buscando un piso grande donde chocar lo justo. Avariciosos perdidos, cerrajeros de su ego, casi mudos…  A la espera inesperada, crucial y casi agónica de la impresión de lo necesario. Ese milagro.