Mi querida Big-Bang:

A mi amiga L. se le ha muerto el chucho y le ha hecho un roto en el corazón. Las que nunca hemos tenido perro, sino hermanos al por mayor, solemos pasmarnos cuando oímos hablar a los propietarios: “Vamos, muchachito, a mimir”, le decía ella cada noche, y con ese ritual de cariño finiquitaban ama y can un día lleno de todo o de nada. Pero juntos.

Mi amiga L. es una mujer de mirada alegre y cachondona y generosa de piernas y canalillo. Pero sin su Austin anda desorientada y zampa espaguettis sin conocimiento. “Lo que peor llevo son los vecinos del bloque, me confiesa. No paran de preguntarme por él, de meterme el dedo en el hígado”. Igual que una viuda desconsolada.

Mi amiga L. trata de rellenar el hueco que ha dejado su minúsculo amiguito con unas capas de pintura y la redistribución de algunos muebles. Sí, cambiará todo para que nada cambie, pero en su casa de divorciada sin complejos hay demasiado silencio. “Nena, ya es hora de que vuelvas al mercado”, le aconsejamos agarrándole la cintura. ¿Un hombre rellena el vacío de un perro fiel? No, claro, pero ayuda. “Vamos, llámalo ya, chitina, que las penas con cariño aftershave son menos penas”.

A mi amiga L. le hubiera gustado seguir danzando con su compañero peludo. Ya era viejo, el hombre, y se arrastraba por las aceras detrás de ella con ese contoneo cansino de los que han sido grandes y se han dejado vencer poco a poco por la vida. ¿Qué se puede hacer con tanto amor para regalar? “Estrena algo, cariño, súbete a esos zapatos que dejaste para acoplarte al paso y a los rincones del perrillo, mira a los hombres a los ojos, cómete un merengue rosa y sal ahí fuera a alegrarle la vida a los demás, aunque sea un poquito. “Sí, sí, ya lo haré, si eso, musita ella sin dejar de aporrear el teclado de su ordenador con sus uñas perfectas de laca color coral.

Me conmueve su pena como me conmovía su lealtad a su compañero. Pienso que el amor a un animal debe ser grande: sin celos, sin dudas, sin palabras, sin mezquindades. Con sus rituales fijos, como todo amor: yo te saco cada mañana y cada noche, tú ladras feliz y sales a mi encuentro. Paseamos por el barrio saludando a los vecinos. Vemos una peli con palomitas y nos vamos “a mimir”. Y así pasan los días, en un círculo que siempre se completa. Sin grandes sobresaltos ni cambios drásticos más allá de la marca del pienso o de correa. Rutinario y feliz.

Me propongo aliviar el luto de mi L. como buenamente pueda. Pienso que el amor perruno no debe ser desdeñado ni clasificado. Que no conoce escalas, que es frágil en sí mismo. Que la corta vida de un chucho nos entrena para la pérdida. Que mi amiga tendrá que abrir poco a poco las puertas de su dormitorio a otro ser, con pelos o sin ellos.

Y a vivir, reina, que con ese canalillo, esa alegría y esas uñas es un desperdicio quedarse en casa un viernes por la noche.

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