La diferencia entre pareja y amor es semejante a la que hay entre erudición y cultura. Hay muchas parejas que no se quieren demasiado pero acumulan experiencias, toda la información que se deduce del trato sostenido a lo largo de los meses, de los años. Son un compendio del otro. Los tics, su postura decúbito supino dibujada en el colchón, el cuadro favorito, el saludo invariable por teléfono, el ritmo de la respiración, el orden de las prendas al vestirse, el libro que abandona cada noche, la marca de champú, los silencios. Ese espejismo de intimidad que es la costumbre.

-¿Aún no sabes si le gusta el sushi? ¡Eso no es una relación ni es nada!

A menudo suelto boutades como esta para solaz y regodeo social, como quien lanza las redes en un charco en busca de pescado. Las provocaciones tontas tienen la virtud de alumbrar temas de interés general que no hacen tambalear el mundo pero sí alborotan una sobremesa.

-A ver, listilla, dime el número de calzado de tu novio y la talla de camisa exacta, nada de la L o la M…
-Touché.

Una cosa es el roce y otra el cariño, y propongo abolir ese absurdo refrán que los concatena. Uno puede pasarse años de roce y descubrir un buen día que ya no siente nada, que el techo de la casa se ha caído y lo aplasta cada vez que él o ella entra en la habitación. “No voy a seguir escribiendo la enciclopedia de tus paseos matutinos, el estracto de tu VISA ni las paellas del domingo. No quiero saber que te has comprado la décima versión de la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorak. Ni cuántas radiografías guardas en el cajón”. Decir eso es decir ya no te quiero pero más largo.

A menudo una pareja es un contenedor de infobasura y conviene vaciarlo. Saber mucho del otro es una trampa, una falacia que intenta ser amor. Un salvavidas en una noche de tempestad.

-Él prefiere el sashimi pero detesta los dim-sum. Ese envoltorio gelatinoso que retira cuidadosamente con los cubiertos, exquisito, para extraer el relleno de buey o de marisco.
-¿La talla de zapatos? Un 44 o 45, qué más da… No voy a comprarle zapatos, pero si se los ata y desata muchas veces sabré que está nervioso y que debo esperar a que lo cuente, si es que quiere.

Una pareja que funciona, quizás, es la interpreta los gestos del otro y actúa en consecuencia, pero no los contabiliza. Recitar la lista de los Reyes Godos fue siempre un afán inútil. Ser pareja como rellenar los cupones del supermercado durante meses para obtener, con suerte, un cuchillo de cocina que no corta y tiene el filo oxidado.