Mi querida Big-Bang:

Cuando un hombre te regala entradas para “El tour del Real Madrid”, en el Bernabéu, en lugar de un fin de semana de lujuria, eso es amor. O al menos así lo entiende mi amiga M., reserva sentimental del grupo de la universidad. Más de tres lustros con el mismo hombre. Cientos de tardes de sofá y fútbol sin rechistar, enamorada hasta las trancas.

A los 40 (y alguno) los amores son volátiles y las amigas eternas. Vamos, que a los primeros no les pasas ni una, salvo que mates por visitar el vestuario de Cristiano Ronaldo, pero tus amigas de hace más de veinte años tienen barra libre.

Anoche quedé con ellas para darnos los titulares del verano, escrutar el estado de nuestras lorzas post-playa y pimplarnos en confianza. Mi amiga M., que me pide anonimato absoluto bajo amenaza de retirarme la barra libre, llegó pelín más rellenita: “la cortisona del tratamiento, ya sabeis”. Leve silencio coral. “Nooo, mujer, si no se te nota caaasi”, respondimos al unísono. Porque las amigas de más de veinte años estamos para subir la moral del grupo. Y M.quedó satisfecha.

Llegó mi turno. Conté mi culebrón con pelos, señales y un dramatismo que ya lo quisiera para sí Dickens. Yo destilaba sufrimiento, recreaba las imágenes más patéticas de mi verano, con diálogos incluidos y alguna que otra onomatopeya, cuando M. va y suelta: “Yo quiero un cono”. ¿Había oído bien?. Sí, la de la cortisona quería un cono, y no se lo pensó dos veces. Justo cuando mi relato alcanzaba el cénit del dolor, va ella y se levanta, para volver con un helado gigante de insultante color fucsia, relamiéndose.

“¿Es un helado de cortisona, no, bonita?”, solté mi veneno.
“No, de nata con frambuesa. ¿Quieres?”
“Lo que quiero es un mojito doble con extra de ron y una amiga que me escuche”.

A los 40 (y alguno) tus amigas son tu tesoro más preciado. Como un viejo sofá Chester de cuero marrón con la forma de tu cuerpo. Y son supersinceras. Tú dices, como así dije: “Estoy pensando en ir a un pub de intercambio de idiomas, para mejorar mi acento de Cambridge”, y tu amiga M.I. responde: “¿Para qué? ¡Vaya coñazo! Ve a uno de intercambio de parejas y te ahorras el esfuerzo de llamar a las cosas por su nombre”. ¿Otro ejemplo? Tú pides para picar unas tostas de foie, como así pedí, y tu amiga B. murmura: “No importa, pídelo, si yo llevo sólo 20 años diciendo que no soporto el foie, aunque sea de ganso biológico”. Y así hasta el paroxismo.

¡Por mucho menos se han roto matrimonios de toda la vida! Pero las amigas de más de veinte años tienen bula papal. Las quieres a pesar de sus chascarrillos a tu costa, sus borderías más destiladas y sus balances sentimentales consolidados. Juro que si mi amiga M. me pide hoy mismo que la acompañe al tour del Bernabéu, allá voy de cabeza. Ya estoy aprendiéndome de memoria la nueva alineación del equipo, para darle una buena sorpresa. ¡Hala Madrid!