Marie Catherire, de Arikha

Tuve un masajista al que llamaba El Chino que en realidad era de Carabanchel. El Chino solía quitarte las bragas con determinación cuando llevaba un rato manipulándote, y así se lo hice saber a mis amigas, que iban animadas por los resultados de unas sesiones en las que el hombre, canoso y de mirada penetrante, soltaba perlas sobre tu exceso de yang y sentencias zen básicas y muy del gusto de los hierbas, segundos antes de clavarte las agujas bajo las uñas o encender unas moxas malolientes en tu ombligo.

Creo que sobre esa camilla entendí que el intelectual y el hierbas se parecen en algo: la solemnidad efectista con la que sueltan sus proclamas. Su absoluta carencia de espontaneidad.

Lo pensaba ayer cuando subí al ascensor de la Fundación Mapfre y un chico joven me dijo: “Usted ya estuvo aquí el otro día, me acuerdo perfectamente. ¿Se ha enamorado de un cuadro? Es lo que tiene la pintura. Cuanto más miras, más ves”.

“Cuanto más miras, más ves”, me pareció una gran frase que podía enunciarse a la contra y seguir siendo verdad. Una frase capicúa. “Cuando más miras, menos ves”. O incluso “cuanto menos miras, más ves”. El joven debía pasar siete u ocho horas diarias recorriendo las estancias de esta exposición increíble –Retrato, del Centro Pompidou http://www.foroxerbar.com/viewtopic.php?t=13186 – y observando las miradas de los que miran. Y tal ejercicio sostenido debió dotarle de una hondura que ríete del zen y su filosofía tofu para cerebros blandos (sí, tengo abundantes prejuicios al respecto).

Me había enamorado de varios cuadros, sí, pero también de la sensación litúrgica de recorrer una exposición semivacía, a esa hora en la que uno se ocupa de llenar el estómago y no de inquietarse delante del retrato de Marie Catherine, de Arikha, una mujer andrógina y de mirada perdida que jamás habría acuñado frases hierbas ni lugares comunes, pero muy capaz de montar un escándalo histérico en mitad de un concierto de cámara para un rey sibarita y su corte. 

Un museo vacío se parece a una catedral fuera del horario de visitas. Días antes las chukis y yo habíamos hecho más de una hora de cola para contemplar a codazos el magnífico cuadro de John Currin que representa a una mujer anciana y optimista con un sombrero hecho de pescado fresco que a Minichuki le rechifló. O la odalisca de Matisse que prefirió mi adolescente, enganchada al teléfono que vomitaba las explicaciones y que les alquilo para sobornarlas, dado que son muy materialistas y no entienden de arte si no va unido a un gadget + un premio (aperitivo con refresco)

J.Currin

Cuanto más miras, más ves. El Chino podría haber estado de acuerdo con la simpleza del enunciado y, de prenderse de un cuadro, jamás sería el autorretrato de Francis Bacon, deconstruido, ni del vibrante bermellón del Botones de Soutine. Dime qué retrato te fascina y te diré quién eres, pensé, y entonces me di cuenta de que lo mío jamás será la intelectualidad ni la filosofía tufu, sino el chascarrillo con destellos de aquí y de allá. Detalle que me devalúa pero me permite adorar sin complejos a Giacometti (sí, también está en la Mapfre) o a Balthus, y quedarme fría delante de un Picasso, un suponer, mientras las chukinas estallan en exclamaciones de alborozo: “Mami, a este lo hemos estudiado en el cole. Este sí que sí”.

Terminaré confesando que lo mejor del plan de ayer a mediodía fue la secuencia de levitación delante de un cuadro+levitación delante de un filete. Un corte de mangas a mi amigo el Chino, que andará quitando bragas mientras acuña frases de pequeño Saltamontes para mujeres pasadas de yang que buscan el yin entre retratos de gente que interpela, que estremece o que te hace reír o arrodillarte ante el talento de esos ladrones de espíritu que son los artistas.

Cuanto más miras, más bizca te pones. Ahí os queda eso. Y este video que asumo que es una viejunada, pero me he acordado de repente.