“Siempre he estado seguro de que el ratón que escapa de la trampa vuelve cojeando a casa con nuevos e infalibles planes para matar al gato”. El periodo azul de Daumier-Smith. Nueve cuentos. J.D.Salinger

Encuentro que una buena forma de arrancar este  sábado lluvioso es desayunarse un Salinger. Algo breve, contundente, que te deja el cuerpo sembrado de ondas, como piedra lanzada sobre un mar calmo.

Últimamente muchas de las conversaciones que he mantenido han sido sobre las palabras. Hoy en El País, el sugerente artículo Lo que la cháchara esconde cita a Macondo y la entronización del eufemismo.

 “El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”.

Cena social con un hombre portugués y encantador a mi diestra. Habla perfecto español con ese deje suave y cadencioso de nuestros vecinos de puerta, que han aprendido entre suspiros de fado y versos de Pessoa. Me cuenta que ha vivido en Londres, Nueva York y Brasil por temporadas. Está ávido de palabras y no quiere usar una por otra. Coincidimos en el amor a Lisboa, a Évora, Oporto, Braga, Guimaraes, y en la urgencia de profundizar en el lenguaje para entrar a fondo en la conciencia.

Évora

-Tengo una teoría altamente rebatible, le confieso, y enfatizo lo que vendrá con un sorbo de vino blanco.

(Debo decir en este punto que prefiero siempre el tinto. En mi ignorancia de los vinos, encuentro en el blanco matices de brujo, notas diabólicas que me llevarán a un laberinto que no entiendo. El tinto, en cambio, me proyecta por calles y empedrados inteligibles, contundentes y sin ambigüedades torticeras).

-Las parejas con diferente idioma no profundizan. No llegan a mostrarse tal y como son, sino tal y como se construyen. Amar requiere el dominio del lenguaje.
-Estoy completamente de acuerdo, y podría contarte algunas experiencias personales al respecto…

(Hay quien ama en francés y odia en italiano. Y para la pasión tanto da, es un lenguaje universal que se agota a la mañana siguiente. Y entonces ¿qué?). 

Avanza la cena. Le cuento a mi partenaire luso  que voy a escribir un relato sobre el tema.  “Manual para parejas sin palabras. Una historia de decepción y fracaso”. Se ríe y apoya la moción de inmediato.

En otro idioma uno es una construcción de su yo, pero no su yo más íntimo. Y asumo que habrá mil parejas mixtas que rebatan esta frágil afirmación postsalingeriana y cafeínica.

Pero llueve ahí fuera. Llueve mucho, con impertinencia, y el agua invita a quedarse y elucubrar en español, o en castellano.

Termino ya. Me irritan las personas que manejan el lenguaje con descuido. Me gustan los hombres que no dicen una palabra por otra. Me divierte mirar bajo la alfombra de los discursos, detectar eufemismos, artilugios complejos que esconden verdades simples.

Las palabras nos delatan. Ojo con ellas. Y, como el ratón herido, siempre vuelven a intentar asesinar al gato de la impostura.