Mi amiga E. cree poderosamente en el destino. Cuando un ser tan cabal te muestra ese abismo de terca entrega al azar  hay que tomárselo muy en serio. Las Vidas Cruzadas no son sólo una magnifica colección de cuentos de Carver o esa película de Altman donde una historia se encadenaba con la siguiente. Son esas predisposiciones que cabalgan libres y un día encuentran el cauce y se alborotan y deciden no separarse y van a dar al mismo charco, y ahí se quedan.

Toda mujer racional, incluso todo hombre, debe entregar una parte de su alma al más allá. A creer en brujas, tiradas de runas, posos del café o cartas astrales. De lo contrario entrará en un corsé tan rígido que el día que la realidad le sacuda con una casualidad increíble, una intuición poderosa, un pálpito de vértigo, sólo podrá responder rompiéndose y dejando su esqueleto maltrecho a la intemperie.

Siempre me han atraído más los románticos que los racionalistas, pero de los primeros huyo. El arte barroco me provoca sensaciones entre el pulmón y el corazón, pero elijo quedarme prendida de la simplicidad Bauhaus. Por miedo a la tormenta. A los bucles sin retorno. Pero en mis fantasías más alambicadas soy una dama con corsé y polisón que avanza en la montaña y devora rayos y truenos y busca su destino entre la espuma de una niebla Byroniana. Sólo a ratos.

Mi amiga E. reza para que las brujas no la aparten de su camino. Prefiere tener el alma a buen recaudo, la calma y la rutina de las horas. No responde de sí misma si el fantasma del azar le sale al encuentro en una esquina y vuelve del revés su alma reversible.

La vida en ocasiones es una tirada de dados a destiempo. Un cuento de Becquer, una visión de lo que pasará tan poderosa que ni la razón logra imponerse. Eso al menos pensamos las locas más racionales que conozco.

Vengan a mí las tormentas, la furia y los relatos tenebrosos.