Mi querida Big-Bang:
En la vida de toda mujer de real life hay un día en el que empieza a ver indicios de empezar a ser una señora. Ese día sale de compras y en lugar de volver a casa con los enésimos zapatos de tacón tortuoso, lo hace con una cubertería. Demoledor. Y no es autobiográfico, conste, pero la interesada es coetánea, y ante mi sobresalto se defendió: “Bueno, en realidad no es una cubertería completa, sino unas cajas de seis tenedores y seis cucharas, ya sabes..”.
Vaya si lo sé, y acabo de decidir que en adelante habrá secciones de El Corte Inglés que no pise ni por error, a saber:  menaje  y hogar. Porque otro de los indicios de estar convirtiéndote en una señora es sentir ese irrefrenable deseo de comprar toallas y sábanas. Un arrebato tardío peligroso, sobre todo si nunca tuviste ajuar, como es mi caso.
Pero hay más. Tú te miras al espejo y, mal que bien, te sigues perdonando la vida. Hasta que alguien te muestra una foto tuya del día anterior y, por algún suceso paranormal, el cuello tiene unos pliegues sospechosos y el óvalo de tu cara está desdibujado. Eso, más las bolsas en los ojos te pone toda loca y murmuras; “no puede ser, esa es mi madre en un buen día”. Pero no, es una señora que empieza a pedir paso y que, como se descuide, entrará a la zapatería pidiendo unos zapatos “cómodos”, tal vez de la sección de anchos especiales ,y a la óptica a por unas gafas para la presbicia. Socorrooooo!
Entenderás que este es el preámbulo para manifestar mi determinación de no ser jamás una señora de ésas. No pienso quedar con otras para andar por las mañanas calzadas con horrendas zapatillas deportivas de cuña. No pienso ir a la peluquería una vez por semana ni comprar bragas de cuello vuelto porque son “abrigaditas”. Tampoco diré que un hombre canoso es “interesante” ni cambiaré mi trepidante vida sexual por un triste polvo al que llamaré coito los sábados por la noche.
No le encuentro ninguna ventaja a ser una señora, salvo que seas asquerosamente rica y te abran paso en Harrods o, como mi amiga M., de una edad indeterminada y superior a los 70, vistas chupa de cuero, tengas un amante fijo, leas a Homero por deporte  y vuelvas de la peluquería con las mechas más sexys del planeta y el cerebro en permanente estado de ebullición.
Así que apelo desde aquí a Lucifer, a Mefistófeles, al diablo en todas sus manifestaciones. Detengan el tiempo, arránquenme el alma y, por dios bendito, hagan desaparecer todas y cada una de las cuberterías del planeta.