Mi querida Big-Bang:

“Ya somos el olvido que seremos” en una gran frase, espero que estés de acuerdo. Se le atribuye a Borges, así que el hombre añade un ingrediente más a su eternidad brillante, poémica y ciega; luego, el gran Héctor Abad Facciolince (qué segundo apellido, dios!), la roba y la convierte en título de una gran novela, y a mí algunas noches me quita el sueño. Es algo así como la propiedad transitiva de un chispazo. El que lo prendió se lava las manos y deja que el último en quemarse tiemble y se queme en su estupor.

Ser o no ser, that is the question! Pero no vayas a pensar que esta vez me voy de rositas conmigo misma al son manido de Shakespeare. Me pregunto si somos cuando nos limitamos a vibrar con lo ajeno. Herederos de lo que pensó, dijo, hizo o soñó un tercero. ¿Qué hay de uno que sea absolutamente suyo? ¿Existe un copyright individual, un sello intransferible? Identidad, divino tesoro. No, no es que me haya levantado profunda en mi levedad, es que hay títulos que nos sacuden incluso a las que miramos la vida a 15 cm sobre el suelo, en un equilibrio frágil que el tacón amenaza y vapulea.

Ser en función de es la esencia?. Hijo de (puta, en algunos casos), amante, jefe o subordinado de, discípulo, admirador. Sólo amar y en ocasiones crear se me escapan a esa lista interminable que nos reduce a una medida liliputiense y relativa. Quiero, exijo, mi ración de orgullo matutino, lo mismo que mi ración de frivolidad, envalentonamiento, duda y taquicardia. Si nos van quitando a lascas las capas que nos recubren de lo ajeno, ¿en qué nos quedamos?

Espero que entiendas mi tormento. Normalmente mis dilemas del domingo son absurdos y nada desazonantes, pero ayer tuve barbacoa familiar y niños voladores, y esta resaca feliz me devuelve el olvido que seremos. Necesito acuñar una gran frase, algo épico y transferible para que otros me perpetúen una mañana cualquiera. Sí, quiero ser el título de la novela de otro. Desafío al olvido y ataco un cruasán a mordiscos rabiosos. De hoy no pasa que acuñe una gran frase que apuntale la eternidad, el absoluto. Guerra a la vulgaridad.