1.Ojeo el último libro de Tony JudtCuando los hechos cambian” (Taurus), denso de hechuras, y me quedo con el título de uno de sus ensayos: “A la larga todos estamos muertos”. Entiendo que es la única previsión infalible. Más que el fin de esta ola de calor que nos sepulta. Más que el futuro incierto de Tsipras. Más que el ansia de mi nevera por los yogures, los quesos, la Mahou y los tomates de mujer sin cargas familiares. Recuerdo las palabras de derrota del ministro de Guindos ayer: “A veces se gana y a veces se pierde“. Las grandes verdades se sirven en frases simples que podría decir un futbolista resudado al final del partido. Todos jugamos en un césped; algunas con tacones.

2.Termino la tercera temporada de House of Cards con un sabor amargo. ¿Qué les pasó a los guionistas cuando se pusieron a dibujar los destinos de Claire y Francis Underwood? ¿Por qué ya no me fascina Kevin Spacey si es el mismo hombre (ya, ya sé que gay, no me lo repitan más)? ¿Qué habrá que hacer para resucitar dos personajes erráticos por quienes sacrifiqué anoche mi ritmo de monja carmelita en la fantasía vana de que no podía empeorar? ¿A qué me puedo enganchar ahora? (Tony Judt no me ofrece esa prerrogativa, ya lo siento, y he guardado Dr.Sleep de Stephen King, en inglés, para las tardes de lluvia en el Cantábrico con una taza humeante de boldo amargo).

3.En mi trasiego nocturno de aire acondicionado (on, of, on, of, on…) he pensado que el verano es aspiracional pero incómodo (les pasa mucho a las tendencias de la moda). A mí me gusta taparme hasta el cuello, soy recatada estacional, y el despelote me rompe tanto el sueño que pienso en zig-zag. Cortocircuitos que me impiden centrarme en lo que escribo cuando le pongo cuernos a este blog. Una ¿historia? de ¿largo alcance? a la que me niego a llamar por ese género que empieza por “N” y termina por “A”. Me parece una temeridad, un regodeo, un adornarse con chorreras con méritos aún por demostrar. Además, una vez que lo diga y lo escriba no habrá vuelta atrás.

4.Mi mecánico me espera en una hora como quien espera un ciclón incontrolable. Ayer se lo dije claro: “He llevado el coche dos veces en apenas un mes y ha salido peor que entró”. El hombre se hace el fino con términos rebuscados, y me llama por mi nombre con una insistencia sospechosa. Llamar por el nombre crea una sensación de confianza en el cliente, le han debido decir en el curso de formación de mecánicos VIP. Pues llámeme de usted y señora, si es preciso, pero arrégleme el Jetta que ya estoy sudando de pánico al viaje inminente.

5.En breve me entrevistarán en dos programas de radio, uno de ellos de libros. Temo ese momento en que me preguntarán por mis libros y autores favoritos. Debo pensar cuidadosamente la respuesta. “Jamás hago crítica de libros de escritores españoles”, me dijo un crítico hace unos días, y lo entendí. Un escritor es un ser inseguro y frágil que puso muchas horas y empeño en un volumen que raras veces le safisface del todo, si es cabal y no un bobito con ínfulas. Si sólo me sale un nombre creo que será Stevenson, Robert Louis, porque sus ensayos sobre escritura me han abierto compuertas mientras me advertían de los toros que había detrás (sí, no soy inmune a los sanfermines). Si me preguntan para cuándo una n-o-v-e-l-a, diré: Para cuando ella me elija, me llame con un canto de sirena y me muerda el cuello como a Mina, de Drácula. Amén.