Anoche la radio escupía análisis sobre la cuestión catalana: La “peligrosa fractura social” era recurrente entre las voces de esos tertulianos que lo mismo saben del fraude de Volkswagen que de superlunas. Mi coche es uno de esos sospechosos. A mi fobia natural por si me dejará tirada en una carretera rumbo al Norte debo sumarle ahora la posiblidad de que me haya hecho cómplice de contaminar de más el planeta. El de la luna roja, majestuosa. El de los separatistas enfadados. El de los soberanistas irredentos

El de los alcaldes que toman decisiones para el populacho ansioso de igualar por abajo mientras la ciudad está más sucia que nunca porque las contratas de basura, leo, han terciado sus plantillas.

Hay muchos fraudes que no se ventilan en las tertulias, y deberían. El de aquel que roba una historia y la cuenta como propia; el de quien altera su declaración de la renta para lograr una plaza. El de las tetas operadas y los sujetadores con relleno. El de los zapatos con plataforma y los injertos de cabello. 

Hay muchos tipos de emisiones tóxicas que no se destapan por una filtración ni hacen que tiemblen las Bolsas.

Ayer el taxista apagó la radio huyendo de las toxinas, de la fractura catalana,  y se centró en la pasajera. ¿Qué hacen en esos estudios? Hacen televisión. ¿Y usted sale? No, no salgo. ¿Qué hace usted para ganarse la vida? Escribo. ¿Y a cómo pagan eso de escribir?

Me dio la risa. Eso de escribir como si fueran peras o manzanas. A cómo el kilo de letras. Depende de si es original o copia, pensé responder. A veces uno encuentra que le han desvalijado su relato y se pregunta si eso devalúa a la víctima o al asaltador de caminos. Pocas veces somos del todo originales, admitámoslo, pero hay una frontera débil entre “basarse en” y “copiar tal cual”. Los fabricantes de marcas de lujo lo saben bien. No siempre sus demandas llegan a puerto porque los objetos sospechosos se parecen pero no son exactamente iguales. No lo suficiente.

Plagiar está muy feo. Denota la cortedad de ideas, es un acto de cobardes que no se enfrentan bien a su propia mediocridad de creadores. Uno debe tener cuidado de lo que cuenta y a quién se lo cuenta. Porque las propias emisiones son limpias hasta que en boca de otro cambian de color y ensucian todo un río. ¡Que vengan a desinfectarlo! exclamarás. Imposible, no hay personal, despedimos a muchos para abaratar costes.

El copy-paste es el nuevo vertido tóxico. Eso que hacen muchos tertulianos entre bostezos para animar las noches a las mujeres curiosas con muchas dudas sobre el ahora qué. Constatado que una mitad de Cataluña siente distinto que la otra, la mente vuela al juicio del rey Salomón. Partamos el bebé en dos con una daga. El bebé en este caso ya está descuartizado, ¿qué hacer con los despojos? Las voces de expertos en tantas cosas no alumbraban gran cosa. Mucho ruido para ocultar tanto silencio. Y ahora, ¿qué?

-Esos lo que quieren es pasta. Ya verá usted cómo esto de los catalufos se arrregla cuando consigan que les demos dinero. Se les van a olvidar los ardores nacionalistas. Decía el taxista.
-Los que escriben no están bien pagados, verá usted, pagan más a los que gritan y se insultan en los platós aunque no sean capaces de articular una frase con sujeto y predicado según las reglas de la sintaxis, de la semántica.
-¿Pero no cree usted que lo de la Mila Ximénez o Karmele lo inventa un escritor?

Claro que sí, ésas plagian, pensé bromear. Se plagian a sí mismas. Plagian los histéricos, los indocumentados. Las ambiciosas cortas. Los contrincantes vagos. El fraude is in the air, como el amor. Y a veces sale impune de su falta. A los de la Volkswagen, sin embargo, les va a costar una millonada. Hablamos del dinero, a cómo está el gramo de pecado. Me duermo sin haber despejado las dudas catalanas. Cuidado de a quién cuentas las historias. No sea que te robe mientras duermes sin vigilantes jurado que custodien lo más tuyo que hay, tus pensamientos. El beso de la muerte con narcóticos, y tú desvalijado al despertar. Y las tertulias mudas al respecto.