Lejos de provocarme una cruel melancolía, volver a casa de las vacaciones me dispara la euforia. Madrid recibe hoy con brisa fresca y es un regalo de los dioses, tan inclementes en agosto. Vuelvo a tener conexión wifi, la pantalla del portátil ha dejado -milagrosamente- de jugarme malas pasadas y mis libros están ahí, todos ellos, abiertos en canal, sin obligarme a esa fastidiosa maniobra de elegir a cuáles indulto bajo el forro de mi maleta.

Tengo todos los zapatos disponibles, mi cafetera en cápsulas en lugar de esa melita que hace agua sucia -como droga cortada con polvos de talco, se me ocurre- , mi rincón con Chet Baker susurrante, mis plantas extenuadas, mi plan imbatible de ir al Thyssen a ver la expo de Vogue en soledad. Sin voces en la costa. La piel de nuevo seca, meseteña. Un día por delante sin conflictos de patio de vecinas.Silencio sepulcral.  Dieta de quesos, que casi me intoxico de su abundancia exquisita. Adiós a la cerveza bajo una higuera, bienvenida  la de plaza centrourbana con periódicos y guiris de piel rosa.

Volver a casa es un alivio, un bálsamo para quienes dimos la patada a la nostalgia in ille tempore. Ni una lágrima, sólo las ganas de mover muebles de sitio, renovar el armario, colgar un par de cuadros, comer de cualquier modo.  Ir al cine. Desempolvar las viejas intenciones. Crear algunas nuevas. Apuntarme a natación. De pronto quiero nadar bajo vigilancia (no penitenciaria). Arreglar los cuartos de las chukis para cuando su vuelta. Ponerme una mascarilla monstruosa y definitiva. Visitar a María y sus tijeras al viento. Tirar algunos trastos. Poner orden o desorden en los papeles. Tirarme a la bartola en el sofá. Salir a dar carreras por el parque. Llenar la nevera de frutas y hortalizas. Escribir a destajo…

Ya mismo debo ver a qué curso me apunto. Qué citas asumiré como prometedoras. De pronto necesito el último de Chirbes, ese hombre muerto del que otros escritores escupen maravillas. Una vez más hay que palmarla para que las voces discordantes se vuelvan unánimes, babosas. Me reafirmo en que diré lo que me gusta a los interesados en vida. No creo que en el más allá estén para fiestas. Ni que estén.

Bienvenida Madrid, canalla y devastada. Las persianas abajo, el coche aparcado en la puerta. Restaurantes vacíos, museos para zombies. Familias retozonas, tiendas de temporada. Se levanta el telón y aparece una R de rutina. Aplaude el público urbanita. Busquemos ya una casa de pueblo, en cualquier pueblo con monte y un colmado.¿Quién dijo nostalgia?