De pronto M. grita que no tiene un libro para engancharse. Que todo lo que empieza últimamente la lleva a la deriva del tedio. No engancharse está bien, ya somos mayores para las drogas y jóvenes para el desencanto. O sea, que estamos condenados a enredarnos en la contradicción.

Querer estar y tener ganas de largarse. Quererse vaciarse y comprar otro par de zapatos. Querer perder peso y negarse a subir en una báscula (“a bulto, voy a adelgazar a bulto. Cuando entre en mis vaqueros más slim sabré que estoy en el buen camino”). Querer un plan irresistible y desear pasar en casa la tarde del domingo. Todas las tardes de domingo. Querer llamar y no pulsar las teclas del teléfono.

-Últimamente cuando cruzo un paso de cebra me viene un estornudo.
-Es raro, sí…

Lo malo de vaciar, de vaciarse, es que te haces eco de ti mismo. “Veremos lo que dura tanto orden”, murmuró ayer mi hija grande tras recorrer la casa y sus rincones. Minichuki se encogió de hombros tumbada en la alfombra. Somos pecadoras y nos regodeamos en nuestros pecados. Pero la contricción dura poco, nos la pasamos por el forro. En familia.

-¿Saldrás a correr conmigo este año?, quiero saber.
-Ay, no, mamá, que tú tienes horarios muy raros.
-Es que de pronto necesito compañía para el trote. Anda, ven conmigo, chitina…

Las Nike a punto, las veo por el rabillo del ojo, impertinentes. Nos faltan armarios. Siempre faltan armarios. A., que nos cuida y nos ordena, sentenció ayer: “Necesitas una casa más grande”. Yo creo que uno necesita lo que puede tener. Así es más fácil.  Engancharse a lo posible, y un paso más. El sueño es adictivo, dormir más de seis horas del tirón es pura marihuana. Te despiertas de corcho, torpe de letras. Mi cama Carlos V es un sarcófago. Me acuesto y caigo a plomo algunas noches. Despierto soñando una historia tan vívida que hoy he tenido que recorrer dos veces el pasillo para recolocarme en modo vigilia.

El pasillo no es largo. Detesto los pasillos largos, me dan miedo. Son elementos fijos en las películas de terror. Me pierdo en los pasillos, pero no tanto como en las rotondas. Soy adicta a las rotondas y a la madrugada. Pero si sigo estirando las horas dejará de haber noche y seré como un vampiro.

El Resplandor y su pasillo

Es decir, me he hecho un plan: Escribir, 50 abdominales y 50 sentadillas, ducha, preparar comida, comer un plato de melón e ir andando al trabajo. Lo de preparar comida impide que ataque un pincho de tortilla en el Grasas, ese bar de la esquina donde todo flota en aceite, sunque no lleve aceite. Pero detesto cocinar tan de mañana, oler el agua que cuece el arroz -el laurel sólo es tolerable a partir de la una, nunca antes- A veces voy muy justa y debo elegir: Escribo el blog o cocino y hago tabla de gimnasia. (Te beso o te escupo, n.t.j!)

Adicciones viables: tercera temporada de The good Wife,  en versión original y sin mirar subtítulos (a base de capítulos se me han abierto las orejas. Me siento como niña con bici sin ruedines). La cerveza sin alcohol de Mahou (única que no me sabe a pis). El ambientador Orange Blosson de Zara Home. Mis nuevos zapatos de salón de serpiente paliducha. La acera izquierda de Ortega y Gasset con sus escaparates bellos cuando vuelo al trabajo. Mi libro de Stevenson, definitivamente libro de cabecera y de consulta. La sal Maldon, hasta que se acabe el bote. Andreas Scholl como contratenor estrella. El oboe, el contrabajo. Los perfumes de Sisley de noche para el día.

Paro ya, tocan abdominales. Ya no hay tiempo de preparar comida. Será un pincho. Qué poco cunde la mañana. Debería dormir peor. Contradicciones.